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Luisa Josefina Hernández, alumna distinguida de Rodolfo Usigli, dramaturga singular, maestra de muchas generaciones de autores dramáticos, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2002. El Ángel celebra este reconocimiento con un texto inédito en México, con el que Emilio Carballido presentó a la autora al público español.
Por Emilio Carballido
A partir de 1950, una nueva generación de autores apareció en los escenarios mexicanos. Conocida por primera vez a través de un concurso nacional, Luisa Josefina Hernández provocó de inmediato una curiosa reacción de desconcierto e inseguridad en los críticos: la obra revelaba a alguien más inteligente que ellos y que poseía, además, un don gratuito de originalidad. La cual no proviene de rebuscar formas, sino de poseer enfoques claros y profundos de la realidad y de tener los instrumentos artísticos para transcribir con claridad esta visión.
Una mujer aparecía, situándose de igual a igual con los autores varones. Se rompía esa división con las autoras femeninas que había sido fomentada por comedias como las de Catalina D'Erzell y Julia Guzmán, entre otras, especializadas en enfoques domésticos y en el mundo de la mujer. La nueva autora presentaba a sus hombres y sus mujeres como seres humanos dentro de la misma circunstancia, y si había de ocuparse, más de una vez en su carrera, de la situación de la mujer en la sociedad, no lo haría con más "femineidad" que Ibsen.
Salvador Novo y Celestino Gorostiza reconocieron en seguida ante quién estaban, y de varias maneras demostraron su interés por el talento de la recién llegada. Pero le tocó a Seki Sano ser su director, amigo, colaborador y también su maestro, en el sentido que lo fueron Fernando Wagner y Novo para otros jóvenes dramaturgos.
En 38 años, la obra de Luisa Josefina ha sido fecunda y notablemente pionera: precursora del llamado teatro del absurdo (Los duendes), también del brechtianismo (Historia de un anillo, La paz ficticia, La fiesta del mulato) y del teatro didáctico latinoamericano, capaz de un realismo refinado y profundo (Los frutos caídos, Los huéspedes reales) o de un teatro expresionista sacramental (Auto del divino preso, Danza del urogallo múltiple), su creación ha ido abriendo caminos y en un momento dado se fraccionó: inició una abundante producción novelística de suprema importancia, que no ha sido valorada en toda su magnitud artística y social, y que tampoco ha sido publicada en su totalidad. No ha cesado, sin embargo, de darnos dramas y la lista de sus títulos se acerca al medio centenar (a ese número se acercan también sus novelas). Sus últimos estrenos, en México, han sido En una noche como ésta y Habrá poesía, ambas montadas por la Escuela de Arte Teatral; en San Francisco, traducidos por William I. Oliver, se han representado varios diálogos de La calle de la gran ocasión y dos monólogos, Ciertas cosas, que es como la versión satírica de Las bacantes, y Apócrifa, que curiosamente podríamos calificar de feminista.
Como maestra de teoría y composición dramática, su influencia se ha ejercido durante más de 25 años, y no sólo desde la UNAM y el INBA: su trabajo en Cuba preparó una generación entera de nuevos dramaturgos. De sus aulas han salido directores, autores, actores, críticos y maestros que han añadido, gracias a ella, algo de comprensión al fenómeno teatral mexicano.
Resulta pasmosa la falta de una respuesta pública más amplia que haya acompañado la labor como dramaturga de Luisa Josefina. Mientras para todo conocedor o trabajador de nuestro teatro es respetado y consagrado el nombre de la autora, la presencia de sus textos en nuestros escenarios es infrecuente. A veces han sido presentados en otros países e idiomas, sin que en el nuestro se hayan dado jamás: La fiesta del mulato, en Estados Unidos, a Jerusalem/Damasco, en Caracas, por ejemplo. Los suplementos culturales responden con un notable silencio a su trabajo, o los comentarios están a cargo de personas poco capaces, mal informadas y, de vez en cuando, malignas. Dedican mucho más espacio a otros escritores, sus contemporáneos, muchos de los cuales alcanzan montajes para obras inferiores y reciben apoyo y publicidad. ¿Por qué es especialmente más grave la situación para ella? Creo que porque a una mujer se le perdonan menos la inteligencia superior, el desdén a la autopublicidad, la intransigente violencia para hablar claro, sin apoyarse en ningún partido ni grupo.
No son un misterio las capillas que las revistas culturales erigen para que los amigos se desgañiten, elogiándose unos a otros y dándose la mano para ocupar páginas y escenarios. Tampoco lo es la cobardía y el desinterés profundos que nuestros empresarios estatales demuestran ante el teatro nacional. (De los comerciales, ¿para qué hablar? En México, buscan el dinero y no por los mejores caminos). Esta situación va durando ya un cuarto de siglo y coincide con la caída a plomo de nuestra política nacional y de nuestro país. A todos los autores afecta, pero más a los jóvenes y, curiosamente, en especial a la obra de Luisa Josefina Hernández, a la que no pocos consideramos el talento mayor de nuestra generación (y de varias). La creemos el autor más inventivo y lúcido, con una obra fecunda que enriquece las letras de nuestro idioma, tanto en lo dramático como en lo narrativo.
Luisa Josefina Hernández nació el 2 de noviembre de 1928. Ha sido traducida al inglés, checo, polaco, alemán y ruso. Sus obras se han montado en varios países latinoamericanos, así como en Estados Unidos y algunos países europeos. Ha ganado cuatro premios en festivales nacionales del INBA; el Nacional, por su grata comedia Botica modelo, que fue montada como melodrama; el Magda Donato, por su novela Nostalgia de Troya, y el Xavier Villaurrutia, por Apocalipsis cum figuris, también novela. Pero a la autora, en los años 70, los críticos teatrales le concedieron un "premio especial por el conjunto de su obra", imitando probablemente el que en Hollywood se le dio a Chaplin, para disimular la vergüenza por no haberle concedido nunca un Oscar. Ha ejercido durante algunos años la crítica en periódicos (Novedades, México en la Cultura) y en televisión (Canales 13 y 11). Fue directora de la carrera de Letras, con especialización en Arte Dramático, en la Facultad de Filosofía y Letras, cargo que dejó al ascender a Consejera, y pasó a impartir clases en esa facultad. La Universidad Nacional Autónoma de México acaba de otorgarle el máximo honor que concede: la nombró Maestra Emérita. Ha traducido obras del francés, el inglés, el alemán y el italiano. Ha viajado por Europa, vivido en Alemania, dado clases en Estados Unidos y Cuba (condujo allí un seminario de dramaturgia durante un año). Ha colaborado en guiones de cine y codirigido con Guillermina Bravo dos espectáculos de su Facultad: Tótili Mondi y Sabéis lo que sabéis.
Emilio Carballido, dramaturgo mexicano |
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